jueves, 13 de febrero de 2014


LA MARAVILLOSA LIBERTAD DE ESCOGER

La libertad es uno de los derechos más emblemáticos e intrínsecos del ser humano por el que ha tenido que luchar durante siglos, pero más allá de su connotación simbólica,  la libertad es una facultad natural del hombre para hacer legítimamente aquello que lo conduzca a los propósitos de su vida.

A menudo nos estamos enfrentando a procesos de elección entre dos o más posibilidades, el escoger desde un  yo íntimo y optar por aquello  que nos hace sentir conformes, complacidos y contentos, en otras palabras aquello que nos acerca más a la felicidad, nos demuestra el más profundo sentido de libertad.

La acción de elegir involucra un conocimiento de las aspiraciones, una validez de las convicciones, una seguridad de saber lo que queremos y perseverar por ellas, lo que refleja el grado de responsabilidad que tenemos frente a nosotros mismos, pues en la medida que nos preocupemos de brindarnos  una buena calidad de vida, así será el grado de compromiso en la entrega de los afectos y los afanes del diario vivir.

Somos libres cuando en medio de un universo de posibilidades, seleccionamos aquello que creemos es  mejor para nosotros y también cuando habiendo sólo una posibilidad frente a la nada,  apostamos igual por ella hasta alcanzarla, ese es el ejemplo más fehaciente de estar siendo protagonistas de nuestra vida, no podemos vivir la vida que quieren los demás o por complacer a los demás. Cada uno vive lo suyo desde su propia historia y perspectiva en el marco de la libertad con el que nace todo ser vivo.

Las experiencias son únicas, individuales e intransferibles, en tanto, el tiempo es lo único que se pierde de manera irreversible, siendo un elemento importante al momento de las decisiones.

En esta maravillosa libertad de escoger surgen los derechos y obligaciones que tenemos frente a este principio,  el derecho a pensar libremente y la obligación de respetar el pensamiento del otro por distinto que éste sea. Alguien dijo por ahí que nuestros derechos terminan donde empiezan los del otro, premisa válida también ante la libertad que tenemos de escoger en donde somos entes activos y protagónicos de nuestra vida.

Dice Jaime Barylko en su libro “Vivir y pensar” “Hay una cultura, la abierta, la del uno mismo, del crecimiento, que es rampa de lanzamiento para la aventura personal y creadora. Hay una cultura de la cueva, del que vive acurrucado, tipo feto, y se le inyecta en la boca el alimento. Usted elige.”